La bella playa de Litibu
Ni
la Perla Peregrina, ni el diamante Krupp, el Taj-Mahal o el Taylor-Burton. De
todas las joyas que Richard Burton le regaló a Elizabeth Taylor, la que más
brilla es la residencia conocida como Casa Kimberly, en Puerto Vallarta,
México. No hay piedra preciosa que se compare con la luz de los sofisticados
atardeceres sobre el Pacífico que se ven desde allí. El actor se la obsequió cuando
ella cumplió 32 años, en plena ebullición del romance que habían iniciado un
año antes durante el rodaje de la película Cleopatra. En 1964 él se trasladó a
Vallarta -y Liz lo acompañó- para filmar La noche de la iguana bajo las órdenes
de John Huston (otro enamorado de estas playas), y la pareja encontró en este
rincón del mundo su paraíso más privado y perfecto.
Esta es una de las historias que desde hace décadas recorre con
más énfasis el horizonte de postal de Bahía de las Banderas, sobre la costa del
Pacífico, y la que más alimentó las oleadas de viajeros que hicieron de este
destino turístico un clásico al margen de los clásicos mexicanos.
A lo largo de 161 kilómetros de playas, Bahía de las Banderas
concentra sus polos turísticos desde Riviera Nayarit al norte hasta Puerto
Vallarta al sur, un dos por uno que ya hubiésemos querido los argentinos. Se
trata de una de las bahías más profundas del mundo (más de 900 metros), con lo
que hasta la ballena jorobada, que entre diciembre y marzo viene a reproducirse
y a tener sus crías en estas aguas, regala un espectáculo extra para los
turistas. Con sus olas templadas (hay que derrumbar el mito del Pacífico
helado), sus lluvias que parecen amaestradas para caer sólo durante la noche,
su geografía de montañas, ríos, océano y tequila, y la simpatía religiosa de
los patas salada (como se conoce a los lugareños), Bahía de las Banderas hasta
ofrece más posibilidades que sus parientes turísticos del Caribe, con opciones
de alojamiento que van desde las más modestas hasta el lujo extremo.
La
armonía de los opuestos
La ballena jorobada se puede observar entre diciembre y marzo.
Imponerse como uno de los más nuevos y modernos destinos para
las vacaciones no le resultó difícil a esta franja del Pacífico mexicano. La
Riviera Nayarit combina los resorts, condominios y hoteles más lujosos y
equipados, con la cálida sencillez y bohemia de los hostales y albergues que se
desparraman en sus pueblos más autóctonos y tradicionales como Bucerías,
Sayulita, San Pancho, Punta de Mita o la minúscula pero pintoresca Isla de
Mexcaltitán.
La Riviera Nayarit se extiende desde el norte de Bahía de las
Banderas hasta San Blas, y a lo largo de ese trayecto se puede hacer escala en
una sucesión de destinos que sobresalen por su carácter propio. El moderno
Nuevo Vallarta es el centro turístico que concentra todo, desde tiendas de
diseño y reconfortantes spas de primer nivel, hasta hoteles como el Grand Velas
Riviera Nayarit o el Marival Residences, que apuestan al confort extremo y a la
gastronomía internacional. En una enumeración insuficiente, se puede comenzar
un recorrido por San Pancho (San Francisco en su denominación oficial, que casi
nadie usa), una de las zonas con mayor conciencia ecológica de la región. Hay
que caminar sus callecitas austeras, detenerse en el sorprendente centro
comunitario Entre Amigos que vende todo tipo de artículos reciclados (macetas,
vasos, bolsos, lámparas, ropa) gracias a un innovador proyecto comunitario y
medioambiental; y por qué no desayunar en el bistró orgánico del hotel boutique
Cielo Rojo (apenas 9 habitaciones sin TV y con todo hecho con material
reciclado), donde no será raro cruzarse con algún argentino degustando una
quesadilla de vegetales salteados o frijoles rancheros (la gastronomía mexicana
merece una enciclopedia aparte). Y claro, llegar hasta la playa para el
chapuzón de rigor.
En esta tierra de contrastes, el color de la arena o del agua
del mar ofrecen una sinfonía de tonos diversos y cambiantes gracias al efecto
que producen los siete ríos que bajan hasta la bahía. Por eso cada lugar tiene
algo que lo distingue. Las playas de Sayulita, por ejemplo, son las preferidas
de los surfistas; ellos le confieren al lugar un aire cosmopolita que sin
embargo no abandona la tradición local en sus múltiples bares y cafés, así como
en sus tiendas de artesanías y su oferta de comidas típicas. Con sus calles
empedradas y su espíritu bohemio, también vale la pena pasar una noche en las
rústicas cabañas frente al mar.
Atardecer en el malecón de Puerto Vallarta
Claro que no todos los turistas prefieren la belleza de las
cosas simples. Riviera Nayarit tiene para aquellos otros una propuesta
abundante a la hora de buscar las caricias del confort y de la aventura
controlada. En Punta de Mita anclaron varias de las cadenas hoteleras más
importantes del mundo, como Four Seasons y St. Regis, que aquí disponen de
resorts dignos de un jeque árabe. Playas privadas, piscinas climatizadas,
terrazas con atardeceres propios en casas y departamentos totalmente equipados
y una gastronomía de altísimo nivel. El mismísimo presidente Enrique Peña Nieto
se refugió aquí para sufrir en privado el partido donde Holanda eliminó a
México en el último Mundial de Fútbol.
En estos oasis que superan las cinco estrellas, no podían faltar
los campos de golf. El complejo Punta Mita Pacífico tiene para los amantes de
este deporte un as en la manga, o más bien un hoyo inesperado: el 3B (conocido
como "Cola de Ballena"), único en el mundo por tener su green sobre
una isla natural a la que se llega con un vehículo anfibio.
La joya de la corona, sin embargo, está en las Islas Marietas.
Vale la pena contratar un paseo para hacer snorkel, buceo u observar la
imponente variedad de aves que regalan un espectáculo natural increíble. Pero
nada se compara con una visita a la mundialmente famosa "Playa
Escondida", a la que sólo se accede sumergiéndose en el mar para ingresar
en un escenario de película, y eso es quedarse corto. Atravesar las aguas
transparentes, escoltado por peces de colores para emerger en una playa
generosa rodeada de un laberinto de cuevas donde el mar ingresa con el ímpetu
de una coreografía asombrosa, justifica todo el viaje.
La
reinvención de un clásico
Campo de golf en Punta Mita
Cuando un destino turístico se ha consolidado, no hay manera de
quitarle el trono, ¿o sí? Antes de averiguar la respuesta, hay que decir que
Puerto Vallarta ha logrado reacomodarse a los nuevos tiempos sin perder su
identidad. Por un lado, se instaló como un lugar familiar y gay friendly a la
vez, con múltiples propuestas para unos y otros y para todos juntos. Pero la
apuesta más fuerte hoy pasa además por los paquetes de bodas que ofrecen desde
los hoteles más pequeños hasta las grandes cadenas. ¿Quién no ha fantaseado con
casarse en la playa, en un atardecer para la perpetuidad de las fotos y con
todo resuelto? Ofertas que incluyen traslados y alojamiento para familiares y
amigos invitados son el nuevo boom del lugar, y hasta puede resultar más
económico que un casamiento tradicional con sus pompas y circunstancias.
Puerto Vallarta tiene una plaza hotelera de 33 mil habitaciones,
más de 300 restaurantes y decenas de comercios y atracciones que contemplan el
disfrute, el relax y el entretenimiento para todas las edades y todos los
estados civiles.
Tiene playas, pero también historia; posee la idiosincrasia de
la cultura mexicana, pero también los latidos que le trae el mundo. Eso se
percibe sin disimulo en la zona céntrica, que se recorre fácilmente a pie.
Dividido por el río Cuale, tiene dos áreas muy diferenciadas: el Viejo Vallarta
y la Zona Romántica, donde se encuentra la Playa Los Muertos, ideal para un
paseo nocturno. Hay desde bodegones hasta restaurantes sofisticados, como el
Café des Artistes, uno de los más bonitos de Puerto Vallarta y con una de las
bodegas mejor equipadas.
En el Viejo Vallarta las calles empedradas marcan el camino
hacia arriba, desde el mar. Es el área más tradicional del centro y la que
alberga uno de los símbolos más representativos de Vallarta: la iglesia de
Nuestra Señora de Guadalupe.
El Malecón, adornado con estatuas y grupos escultóricos que ya
son parte de su horizonte de postal, como la de su conocido Caballito de mar,
es el punto de reunión de la vida local, sobre todo los domingos al atardecer.
Tiendas de un lado, bares del otro, el paseo sorprende además porque el
visitante nunca se cruzará con un cartel de neón: es la única ciudad de México
donde están prohibidos. Eso permite que resalte aún más el "estilo Puerto
Vallarta", con sus frentes de adobe blanco, techos de tejas rojas, decoraciones
en hierro forjado y paredes de piedra. Ese estilo colonial que encandiló a
Richard Burton y Liz Taylor.
Las vistas más hermosas de la ciudad se logran desde El Faro que
está a pocas cuadras del centro, o yendo hasta el mirador Conchas Chinas, que
ofrece una vista panorámica. Si de playas se trata, la más popular de Puerto
Vallarta es la Playa de los Muertos (llamada así no porque se ahogue nadie,
sino porque se dice que las tribus indígenas tenían un cementerio muy cerca de
ahí) y está a corta distancia del Malecón e integrada a la Zona Romántica.
En el corazón del centro histórico, casi escondida, está la Isla
del Río Cuale, envuelta entre dos brazos del curso de agua. Tiene varios
accesos, como el que arranca desde el River Café (un clásico que ya lleva casi
20 años con un menú que combina la cocina internacional con la gastronomía
local) o los puentes colgantes que llegan desde el inmenso y laberíntico
Mercado de Artesanías, que le dan un toque colorido y bullicioso a este paseo
ineludible.
Para alejarse del mundanal ruido, aunque uno se hospede en los
hoteles más renombrados como el Secrets Vallarta Bay Resort o el Sheraton
Buganvilias, existen otros menos suntuosos pero igual de amables como el Costa
Sur, donde la montaña se junta con el mar y se puede ir a comer en sus
magníficas terrazas al lado del mar o a pasar el día en su playa con
actividades acuáticas que incluyen snorquel y buceo entre peces de colores y
vegetación submarina.
En materia de excursiones, los más chicos estarán de fiesta a
bordo del barco pirata Marigalante, una réplica exacta de la Santa María de
Colón que fue fabricada en el Puerto de Veracruz para conmemorar los 500 años
del descubrimiento de América. Una travesía para ocupar el día entero mientras
una tripulación de piratas entretiene a los niños, hasta llegar a una playa
virgen para más actividades acuáticas, con refrescos y almuerzo incluido para
pasar todo un día de aventura y diversión. Porque al fin de cuentas, de eso se
trata.