La naturaleza de Tayrona, junto al
Tres
altas cordilleras que separan el país en muchos valles -las "sabanas"
colombianas- con identidad propia. Costas sobre dos océanos, el Atlántico y el
Pacífico. Un gran río, el Magdalena, que corre de norte a sur desde el Caribe a
las montañas y fue la vía histórica para adentrarse en Colombia: lo navegaron
todos, indígenas, españoles y los soldados de Bolívar en la guerra de
independencia. Todo eso se intuye desde el avión que aterriza en Bogotá, aunque
para otro viaje quedarán las haciendas cafeteras en las alturas de Manizales y
Pereira -hacia el Pacífico- igual que el sueño de conocer Medellín y Cali,
ciudades que hoy luchan contra sus propias leyendas. Como el café, que en su
mejor combinación tiene un sabor que es al mismo tiempo dulce, ácido y amargo
en un delicado equilibrio, Colombia se presenta al viajero desde las alturas
andinas de Bogotá -ubicada a 2.600 metros sobre el nivel del mar- en su cara
más cosmopolita. Una ciudad moderna con ocho millones de habitantes y un
tránsito endiablado. Una ciudad orgullosa del pasado colonial español y de la
herencia de los antepasados indígenas -para muestra, allí están el barrio de La
Candelaria y el Museo del Oro-, donde no faltan restaurantes exclusivos,
centros comerciales al estilo Miami, santuarios, museos, conventos e iglesias,
barrios bohemios y las obras de Fernando Botero.
Luego, el sabor de Colombia se hace más denso hacia las
"tierras calientes" del Caribe, con un viejo encanto amurallado en
Cartagena, el sitio más frecuentado del país por turistas de todo el mundo. Ese
sabor se percibe también entre las plantaciones de bananas y palmeras que
rodean la ciudad de Santa Marta, al pie de la Sierra Nevada. Por allí está el
Parque Nacional Tayrona, que resguarda playas vírgenes. Y la Ciudad Perdida de
la etnia tayrona, oculta a gran altura en la sierra. Esta es una región que el
escritor Gabriel García Márquez transformó en mito. Su pueblo natal, Aracataca,
está a 80 km al sur de Santa Marta, enclavado en la zona bananera donde reinaba
la United Fruit en la década de 1920. El gran puerto bananero era Santa Marta,
la del vallenato ("tiene tren pero no tiene tranvía"), que le toma el
pelo a aquellos que trajeron una locomotora pero nunca los necesarios rieles.
Bajo
el sol de Bogotá
"Se le escapó el estrato", dicen en chiste los
bogotanos para referirse a quien revela sin darse cuenta -con una palabra de
más o de menos- en qué barrio vive. Ocurre que en la década de 1980 la ciudad
fue dividida en áreas socioeconómicas, para fijar tarifas diferenciadas en los servicios
públicos. Los más humildes viven en el sur de Bogotá, que corresponde a los
estratos 1 al 3. La clase media corresponde al estrato 4 y los más ricos
-estratos 5 y 6- viven en el norte. Nuestro guía, Jorge León, cuenta que un
sueldo promedio ronda los 650 dólares, una matrícula en la Universidad de los
Andes cuesta 8.000 dólares y un auto chico, 18.000 dólares. Los ómnibus del
sistema TransMilenio son parte del paisaje, igual que miles de autos y motos.
Por eso el consejo es alojarse en un hotel céntrico, ya que se demora mucho en
los traslados.
Como sea, una manera de orientarse rápido es mirar hacia el
este, a las alturas de la Cordillera Oriental colombiana. Las zonas más
interesantes de Bogotá siguen la cordillera, de norte a sur. Hay un ómnibus
turístico para recorrer la ciudad (www.turisbog.com).
Con identidad propia, La Candelaria ocupa el área bordeada por
la avenida Jiménez de Quesada, -el nombre recuerda al conquistador español que
fundó Bogotá en 1538- y las iglesias, palacios de gobierno y museos se
concentran junto a la Plaza de Bolívar. Hacia el noreste corre "el
centro", barrios como El Chapinero y La Merced, con casas de estilo inglés
y ambiente bohemio, igual que el barrio La Macarena. Más al norte, en la Zona
Rosa, están los shoppings, restaurantes y hoteles más caros. Usaquén era un
pueblo de las afueras y hoy es un barrio conocido por sus tranquilas plazas,
sus bares y la feria de fin de semana. Está en camino a la "catedral de
sal" de Zipaquira -ubicada a 30 km de Bogotá- que fue tallada dentro de
una mina de sal. Allí se baja a 180 metros de profundidad, hay 14 estaciones
del Vía Crucis, una gran cúpula y la imponente nave central de la catedral.
Otra opción está a 75 km al norte de Bogotá, es la Laguna de Guatavita: un lago
sagrado de la cultura muisca, ubicado a 3.100 metros de altura. Allí nació la
leyenda de El Dorado, por el ritual de coronación de los caciques con ofrendas
de oro y esmeraldas, en una barca ceremonial.
Con sus casas coloniales de dos pisos, techo de tejas, mucha
madera y rejas de hierro forjado, el barrio La Candelaria es el sitio donde
nacieron las luchas de independencia en 1810. Aquí, los franciscanos y los
jesuitas crearon colegios y monasterios que le dieron fama a Bogotá como centro
universitario. Los palacios de la Corte Suprema, la Alcaldía, el Palacio
Arzobispal y el Museo de la Independencia rodean la plaza Bolívar. Detrás del
Capitolio está la sede presidencial Palacio de Nariño, que guarda una gran
colección de arte moderno colombiano. La catedral, reconstruida en 1823 en
estilo neoclásico, conserva un altar en plata labrada y un coro esculpido en
madera de nogal, además de pinturas de Gregorio Vásquez de Arce, el más célebre
pintor de la época colonial, cuyas obras también se pueden apreciar en el cercano
Museo de Arte Colonial. Frente a la Plazuela de Rufino Cuervo está la casa de
la amante de Bolívar, Manuela Sáenz, allí está hoy el Museo de Trajes
Regionales, con ropas típicas de los pueblos originarios. Enfrente está el
Palacio de San Carlos: el 25 de septiembre de 1828 Bolívar escapó de allí por
una ventana -señalada ahora para los turistas- porque querían asesinarlo.
Manuela Sáenz lo ayudó a salvar su vida.
A pocos metros está el imponente Teatro Colón, el más
prestigioso del país. La Casa de la Moneda data de 1620 y fue la primera en
acuñar monedas de oro y plata en Sudamérica, aún se pueden ver aquí las
máquinas acuñadoras. Este edificio comparte su espacio con el Museo Botero, las
obras del artista se exponen junto a otras de Picasso, Monet, Dalí y Miró. No
muy lejos está el Centro Cultural García Márquez y la célebre librería
"Yerbabuena", frecuentada por la bohemia literaria bogotana.
Probablemente la mejor vista de Bogotá está en el cerro
Monserrate. a 3.152 metros de altura. Se sube con funicular y arriba, además
del santuario religioso, hay un mercado popular y restaurantes. Al pie del
Monserrate está la Quinta de Bolívar, una espléndida mansión colonial con
jardines para pasear, que guarda testimonios de la vida y las batallas del
libertador.
Cartagena
mágica
"Me bastó dar un paso dentro de la muralla, para verla en
toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde y no pude reprimir el
sentimiento de haber vuelto a nacer", escribió Gabriel García Márquez en
"Vivir para contarla", su libro de memorias. El gran escritor llegó
en 1948 a Cartagena, "el corralito de piedra", como la llaman aquí.
Los señoriales palacios y conventos lo fascinaron como escenario de sus
ficciones más románticas: los amores de Fermina Daza y Florentino Ariza en
"El amor en los tiempos del cólera" y la pasión de la marquesita
Sierva María de Todos los Angeles en "Del amor y otros demonios". Por
la Calle de la Media Luna vio pasar a Simón Bolívar triunfante en "El
general en su laberinto". Hoy existe un recorrido temático por la ciudad
amurallada, "La Cartagena de García Márquez"(www.tierramagna.com) con
35 paradas que los turistas, a pie, miran con audioguías y algo de radioteatro.
Para el escritor, el sitio más nostálgico era el muelle de la Bahía de las
Animas, donde estuvo el mercado central: "Con lo que allí escuchábamos
mientras comíamos hacíamos el periódico del día siguiente", anotó. Ese
muelle es hoy un paseo costanero que aloja el Centro de Convenciones, donde
estuvieron Bill Clinton y Barack Obama, entre otros. No muy lejos, los cruceros
turísticos van y vienen desde Miami. El corazón colonial de Cartagena -fundada
en 1533 por el español Pedro de Heredia- está encerrado entre los 12 km de sus
murallas. El "centro" es un laberinto de calles empedradas, plazas,
iglesias, casas de colores vibrantes -amarillo, azul- que fueron mansiones
cuando Cartagena era una plaza fuerte asediada por piratas ingleses y
franceses, donde convivían aristócratas criollos, encomenderos, soldados y
esclavos africanos.
El barrio de San Diego y la Plaza de Santo Domingo son íconos de
la ciudad, mientras el barrio de Getsemaní ahora ve cómo se reciclan sus
humildes casonas, valuadas en millones de dólares. Dicen por aquí que los
argentinos son entusiastas de Cartagena. Que siempre vuelven a la Puerta del
Reloj, el Teatro Heredia, la Plaza de los Coches, la plaza de Las Bóvedas, el
castillo de San Felipe, la casa de García Márquez, la Catedral, la iglesia de
San Pedro Claver, el Palacio de la Inquisición, la casa del Marqués de Valdehoyos,
la plaza de Bolívar y el viejo convento de Santa Clara transfigurado en hotel.
Que frecuentan la tienda "El Centavo Menos" -está allí desde 1933- y
el "Café del mar", a la hora de la caída del sol en las murallas.
Algunos eligen pasear de noche en un coche de caballos. Otros se
fotografían ante "el monumento a los zapatos viejos", un bronce
inspirado en "A mi ciudad nativa", del poeta cartagenero Luis Carlos
López (1879-1950). Con ácida melancolía, allí escribió: "Pues ya pasó, ciudad
amurallada, tu edad de folletín/Las carabelas se fueron para siempre de tu
rada/¡Ya no viene el aceite en botijuelas!/ Fuiste heroica en los años
coloniales/cuando tus hijos, águilas caudales, no eran una caterva de
vencejos./Mas hoy, plena de rancio desaliño, bien puedes inspirar ese cariño
que uno le tiene a los zapatos viejos".
Santa
Marta y más allá
Un perfecto día de playa en el mar Caribe puede tener más de un
escenario. Habrá quien prefiera cruzar desde Cartagena a la cercana isla de
Barú para pasar el día en un típico hotel de playa. Otros tomarán la ruta
Troncal Caribe para hacer 209 km al norte hasta Santa Marta, fundada en 1525
por Rodrigo de Bastidas. Simón Bolívar murió aquí en 1830 refugiado en la
Quinta San Pedro Alejandrino -hoy es un museo- con el sueño de la Gran Colombia
hecho añicos por la historia. En el casco antiguo de la ciudad se lucen la
Catedral y la Casa de la Aduana. La playa El Rodadero convoca tanta gente como
el paseo por el malecón, ante la bahía de Santa Marta y el faro de El Morro.
Desde aquí, por 144 dólares por persona, hay excursiones al pueblo de García
Márquez, Aracataca (www.oroverdeturismo.com) para ver su casa natal
transformada en museo, la tumba de Melquíades, la "casa del
telegrafista", una estatua de Remedios la Bella, la estación del tren y el
bar "La hojarasca".
Las playas casi vírgenes, como La Piscina o Cabo San Juan de
Guía, están ocultas en los senderos del Parque Nacional Tayrona ubicado a 34 km
de Santa Marta. Hay servicios de ómnibus hasta la entrada. Ya en el parque, se
puede alquilar un caballo o andar 7 km entre palmeras y monos aulladores, casi
junto al mar, hasta llegar al Cabo San Juan: allí hay miradores con hamacas, un
camping y vistas inolvidables. Es un itinerario popular entre mochileros. Y
quienes quieran pagar 450 dólares por una noche, pueden alojarse en unas
exclusivas cabañas (www.aviaturecoturismo.com).
Para los turistas cinéfilos se ha diseñado
"Taironaka", un paseo creado por el ecologista Francisco Ospina Navia
en 2008. Está a 57 km de Santa Marta y allí se filmaron escenas de "La
misión" en 1986. El dueño reconstruyó milenarias terrazas, casas rituales
y caminos de piedra de la cultura tayrona. El río Don Diego corre aquí entre
raras especies de flores y árboles, como el alto y verde Macondo, otra manera
de evocar a García Márquez. Para los más intrépidos, dispuestos a pagar US$ 320
por persona (www.turcol.com) queda la aventura de trepar por la Sierra Nevada a
1.200 metros, en cinco días de marcha, hasta llegar a la Ciudad Perdida de los
tayrona. En 1976 los arqueólogos redescubrieron sus terrazas, canales de riego
y murallas, testigos de una gran cultura. Como otros paisajes inesperados de
Colombia, es un eco que viene del pasado.